La Palabra me dice
Jesús pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que soy?" La gente expresa distintas opiniones. Entonces Jesús pregunta a sus discípulos, que lo conocen íntimamente, que han podido ver su bondad. Pedro, tomando la palabra, lo reconoce como Mesías, pero Jesús le ordena que no lo cuente a nadie.
Podemos preguntarnos por qué le ordena esto. Repasando el evangelio, como puede pasar hoy en día, la gente pensaba que el mesías debía ser un triunfador, alguien que vence con fuerza extraordinaria.
Jesús bien sabía que el Mesías no tendrá esta suerte, sabe que su misión no es la de tomar armas, la de combatir, provocar un levantamiento, sino la de seguir un camino doloroso.
Esta es la suerte del Mesías: dolorosa, aunque para obtener una victoria mejor, la resurrección. Jesús educa a los discípulos para que reconozcan la verdadera identidad del Mesías, algo que tiene consecuencias sobre el modo de ser cristiano. Significa ser discípulo de Cristo, del Mesías, y para serlo es preciso seguir a Jesús, ir detrás de Él, aceptar participar de su suerte. Por eso nos dice Jesús: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo”.
Así es como nos convertimos en discípulos de Jesús: no soñando victorias obtenidas con la fuerza, sino buscando victorias sobre el mal, sobre el pecado y sobre el egoísmo. Estas son las verdaderas victorias, las que dan un valor inmenso a la vida. Jesús afirma: “El que quiera salvar su vida, la perderá. Pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará”.
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