La Palabra me dice
Jesús acaba de anunciar a los suyos su Pasión y las duras condiciones para seguirlo. Sin duda, los discípulos quedan impresionados. Esperaban otra cosa.
Ahora la escena se traslada a un monte elevado, seis días después. Es decir, el sexto día, que fue el día de la creación del hombre. Con esto se anuncia, desde el principio, que Jesús va a proceder a la re-creación del hombre, al surgimiento del hombre nuevo, con Su muerte y resurrección.
Jesús va con tres de los doce (Pedro, Santiago y Juan), con los únicos con los cuales compartirá experiencias importantes y decisivas. Todo el texto está construido con referencias al Antiguo Testamento.
Jesús se transfigura: sus vestiduras (su túnica, que será sorteada entre los soldados) se hacen blanca como la luz; y su rostro (escupido y lastimado en la Pasión) brilla como el sol.
En el Antiguo Testamento, Dios se manifestaba en muchas ocasiones como luz incandescente o fuego. Aparecen Moisés y Elías. Precisamente Moisés que, después de encontrarse con Yahvé en el Sinaí, aparecía con el rostro radiante que debía tapar con un velo (Éxodo 34, 29-35). Y Elías, que se encontró con Yahvé en aquella brisa suave que percibió en la cueva del Horeb, otro monte. Una figura profética que marcó hondamente en la historia de Israel y, del cual, era creencia profética que volvería.
Ellos, el hombre de la alianza y el hombre de la profecía, dialogan con la Palabra hecha carne, el Mesías que había sido prometido a Israel. El Antiguo Testamento se cumple en el nuevo.
Pedro, el impulsivo, que muchas veces toma la iniciativa, propone armar tres carpas, es decir, volver nuevamente al desierto en el que Israel, la hija de Sión, había reconocido al verdadero Esposo.
Aparece entonces la nube luminosa, signo de la Gloria de Dios, que se posaba en la carpa del encuentro y que había acompañado al pueblo hasta la tierra prometida. Y de ella sale la inconfundible voz que declara a Jesús como el Hijo muy querido del Padre. Dios habla, como había hablado a Moisés, a los profetas y como había hablado en el bautismo de Jesús.
En Mateo ya no volverá a hablar, porque ha dicho todo lo que tenía que decir. Los discípulos oyen y caen en tierra, sumidos en temor reverencial. Y Jesús, como lo ha hecho tantas veces, los anima a no tener miedo. Y además, a no contar la experiencia vivida hasta después de su resurrección.
Todo está aquí: la transfiguración es el anuncio pascual de Jesús: camino difícil, pero del que no hay que temer, porque concluirá en Vida Nueva. El discípulo podrá decir entonces con el Salmo 72: “Me llevas a un destino glorioso”.
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